Por una parte, la incertidumbre de un tiempo que no discurre, presente en la inmensidad del mar y el cielo, delimitado ambos espacios por una fina línea presente en el horizonte y por otra, el desarrollo inhóspito del día a día, ausente, extraño, obligado y reincidente en el que se comienza a valorar situaciones tan cotidianas, como la belleza que esconde una hoja, apunto de hundirse, aferrándose por continuar en la superficie.